13 de Mayo de 2011
En 1950, cuando la Universidad de Costa Rica solicitó presupuestos más amplios para fortalecer las distintas facultades y construir edificios, de algunos sectores políticos salió la oposición a esa solicitud, argumentando que era más barato y de resultados culturales superiores, crear un fondo de becas para que los estudiantes fueran a graduarse a México, Argentina, Estados Unidos o Europa, en vez de reforzar nuestra universidad. Fue Rodrigo Facio quien defendió con pasión la necesidad de las universidades nacionales, manifestando que los centros de educación y cultura tienen como misión, además de difundir el conocimiento y darle un espacio mayor a las artes, la misión de sustentar las tradiciones centenarias de los pueblos y la vinculación armónica de la cultura universal con la cultura propia de cada pueblo. Que eso era un deber patriótico y propio de la universidad.
Cuando hace 40 años don José Figueres y don Alberto Cañas pensaron en fundar el ministerio de cultura, posiblemente tuvieron en cuenta esa preocupación patriótica de difundir la cultura, en otro ámbito, quizá menos académico, y salir, asimismo, al encuentro de eso que con propiedad llamamos entidad nacional, como algo que está más en el entendimiento que en la realidad, como el valor y la esencia de las tradiciones y costumbres de los pueblos; con esa vinculación de hombre y tierra, de siembra y recolección. Tal vez por eso, al conocimiento y a la creación se los llama cultura, vocablo que viene del suelo, de agricultura, del esfuerzo del hombre por producir, primero, los frutos de la tierra, y posteriormente los del espíritu y la razón. Comenzamos cultivando la tierra y después la inteligencia, para terminar afirmando con propiedad que “la suma de las creaciones humanas acumuladas en el transcurso de los años, es lo que podemos entender por cultura”. Y si lo particularizamos, es dable afirmar que la cultura de una persona siempre está en relación directa con el medio en el que vive.
En la pequeña historia del Ministerio de Cultura (afirmación que hago sin demeritar la obra fecunda de los ministros que me han precedido) la época que ha dado mejores frutos pienso que está en los primeros cuatro años que dirigió don Alberto Cañas. El Estado, a través del Ministerio, se hizo presente en las artes, en la literatura, en el teatro, en la publicación de libros y revistas. Ahora los presupuestos se han reducido y el campo de acción es más estrecho, pero seguimos con el impulso original de mejorar la calidad de vida de la población acercándola al arte, a la literatura y la ciencia. Poco a poco vamos aceptando que la inversión en cultura es imprescindible si entendemos bien en qué consiste el desarrollo de un país, que no puede ser tal si todo lo que significa la cultura no está al alcance de la mano de los pueblos. El Ministerio de Cultura ha de ser como parte de un largo puente que une lo que consideramos cultura de élite con lo que significa la cultura popular, y que tan sensible puede ser un costarricense normal al escuchar el Adiós a la vida de la ópera Tosca cantada por el mejor tenor del mundo, que Amor de temporada interpretada por un guitarrista guanacasteco en noche de verano. Con este criterio, bien podemos hablar de fortalecimiento de la entidad nacional, de la necesaria participación de la juventud, de la cooperación internacional y de la democratización cultural.
Invertir en cultura es invertir en bienestar general, en la paz, en democracia, en desarrollo verdadero de los pueblos. El valor de un hombre no está en su apellido ni en su alcurnia, sino en lo que sabe, en lo que conoce, en lo que puede hacer por el bien de su país, esa virtud adquirida de preocuparse por el bien, ampliando su nivel cultural y afirmando sus bases espirituales y morales. Saber que hay culturas superiores en otros ámbitos del mundo, pero que la mayor preocupación de un ciudadano ha de ser la de formar parte de su propia nacionalidad, respetando sus tradiciones y costumbres con la esperanza de un futuro mejor para su país.
La cultura es así como un esfuerzo superior que los hombres agregamos a la naturaleza. “Es obra del espíritu y de la libertad, pero también de la razón y las virtudes”, como bien lo afirma Jacques Maritain en su libro “Elementos de Filosofía”.
La obra cultural es un producto de hombres superiores y de pueblos; de poetas y de agricultores; de filósofos y de obreros; de sinfonías en los teatros europeos y de Jazz cadencioso y bullanguero en las calles de Nueva Orleáns; de místico canto gregoriano y de erótica canción popular.
Manuel Obregón López
Ministro de Cultura y Juventud