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20 de Diciembre de 2009

Ser parte y arte en un Río Infinito

20 de diciembre 2009
Ana María Parra

Tan ancha como el mismísimo Paraná fue la gira de la Orquesta del Río Infinito en noviembre pasado. Desde la teoría, imposible era que le cayera a alguien centroamericano el veinte sobre lo que se guardaba en la cuenca superior del Río Paraná, esa cuenca que alcanza hasta 60 kilómetros de ancho. Estábamos advertidos: sería una gira dura –viajar conforme lo deparara el destino, muy a lo gitano–. Una cosa era verla venir y otra muy distinta fue bailar con ella. Tapado Vargas dio en el clavo: la gran lección de este andar de unas 30 personas juntas en condiciones adversas fue “la convivencia”. Por primera vez en casi 15 años de carrera profesional dejé la distancia del artista allá y yo acá. Todos estábamos, literalmente, en la misma Marilyn, en la misma barca. Compartimos todos la alegría de que el concierto en Reconquista resolviera un bloqueo de carreteras provocado por el sabor amargo de estar en veda; y todos sufrimos el susto de aquellos que fueron picados por algún bicho raro, cuya toxina mandó a dos de los “nuestros” al hospital. Sí, no había otra forma de vivir el paso del Río Infinito por una sedienta costa de la Argentina si no era sumándose como uno más. Pero eso es solo un lindo insumo para una crónica personal de la aventura; lo fundamental en este tour no estaba donde todo el mundo creía: en el éxito y en el color de los conciertos; estaba en el contenido social del recorrido. Poner la música al servicio de crear conciencia, usarla como megáfono de de la voz civil. De haber sido el show lo importante, quizás una marca comercial hubiese puesto platita, pero no. Fueron dos ONG no latinoamericanas, Hivos y Avina, las que sacaron la cara para apadrinar un proyecto que debería importarle a la región. ¿No nos damos vergüenza? De haberse ido por el show , los conciertos habrían sido en teatros con butacas cómodas, en salas quizás con aire acondicionado y, para dárselas de populares, se habrían inventado un concierto masivo con full luces y pantallas de leds pa’ impresionar con el maquillaje a lo Maná o Ricky Martín. Pero no. Fueron los barrios de pescadores –Reconquista–, las zonas marginadas –Lodueña– y las escuelas humildes –San Pedro Pescador– algunos de los escenarios, Y en lugar de ir a lucirse, los músicos fueron anfitriones para que afloraran las raíces sonoras: el chamamé, el tango, las fusiones folclóricas. Por su contenido y su valentía, esta gira se merece un premio y si no existe quien lo otorgue... ¡igual, no importa! El mundo ya sabe que en Argentina pasó corriendo infinito un río de aguas de paz, hermandad y solidaridad.

Tomado de http://www.nacion.com/viva/2009/diciembre/20/viva2198905.html